Un Llamado A La Conciencia: La Ciudadanía Fiel y el Bien Común

Declaración de los Obispos Católicos Romanos de Michigan Para el Año Eleccionario

“El gobierno se establece para el bien común, para la protección, la seguridad, la prosperidad y la felicidad del pueblo; no para la ganancia, el honor o el interés privado de cualquier individuo, familia o clase”, escribió John Adams en Thoughts on Government (Pensamientos sobre el Gobierno), en 1776. Más adelante, ese mismo año, la Declaración de Independencia anunciaría al mundo “que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables”. Los Padres Fundadores de la nación crearon un gobierno donde todos los que residen en estos Estados Unidos tienen libertad para buscar el bien común—tienen libertad de expresión, libertad para congregarse pacíficamente, y libertad para adorar a Dios y practicar su fe.

Con estas libertades viene la responsabilidad. Los católicos están llamados a evaluar todos los asuntos a la luz de la fe, incluyendo la política; a participar en el debate público; a ser parte del proceso político; y a permitir que los valores del Evangelio transformen nuestra sociedad en una mejor y más justa para todos. En otras palabras, los católicos están llamados a ser “Ciudadanos Fieles”.

La práctica de la Ciudadanía Fiel fluye de una conciencia bien formada. ¿Qué queremos decir cuando nos referimos a “conciencia”? De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1777, “presente en el corazón de la persona, la conciencia moral ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas. Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla”.

Cuando actuamos en armonía con nuestra conciencia, rechazando el mal por el bien, hacemos públicos los valores del Evangelio. Nuestra nación pluralista cuenta con una rica historia de acogida a diversas ideas y propuestas de todos los sectores de la sociedad, incluyendo, especialmente, los grupos religiosos. En esta tradición, las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo, traídas al pueblo por católicos de mucha fe, ayudan a vigorizar a nuestras comunidades y a adelantar el bien común.

La responsabilidad principal de los oficiales públicos que elegimos cada dos y cada cuatro años es implementar el bien común. Ellos tienen gran influencia sobre las políticas públicas que nos afectan, no sólo como ciudadanos de este gran estado pero, más importante aún, como católicos y personas de fe. Los temas de la libertad religiosa, el derecho a la vida, la protección del matrimonio y la familia, la educación de los niños, y la manera en que se sirve a los pobres, a los vulnerables y a los inmigrantes, confrontan cada día a los oficiales electos en el Capitolio estatal. Estos son los asuntos que nosotros también, como católicos, debemos evaluar seriamente al decidir por quién votaremos en noviembre.

Reconocemos que los católicos buscan dirección de su Iglesia en asuntos de conciencia. Como maestros de la fe, no endosamos a candidatos o partidos políticos. Sin embargo, como obispos de la Iglesia, tenemos la responsabilidad de ayudar a los fieles católicos para que formen sus conciencias según los valores del Evangelio y de las enseñanzas de Jesucristo. Como católicos, debemos evaluar las posiciones de los candidatos de acuerdo con los principios de la Doctrina Social Católica para determinar quiénes podrán dirigir mejor a nuestras comunidades.

Sin embargo, no todos los asuntos tienen la misma validez moral. Los católicos pueden discrepar sobre las políticas prácticas que llaman al juicio prudente, como por ejemplo, la mejor manera de ayudar a los pobres, cómo acoger al inmigrante, o cómo erradicar el racismo. Pero hay otras políticas que son intrínsecamente malvadas y nunca pueden ser apoyadas.

El derecho a la vida es un mandamiento de Dios, un principio moral inherente y fundamental. Es, de hecho, el primero de los derechos inalienables otorgados por Dios, reconocido por nuestros Padres Fundadores en la Declaración de Independencia. Es el derecho principal a través del cual fluyen todos los demás derechos. La destrucción intencionada de la vida humana a través del aborto, de la experimentación con embriones humanos, y el suicidio asistido, representa políticas intrínsecamente malvadas. Un católico con una conciencia bien formada, sería culpable de cooperar formalmente con el mal si votara con deliberación por un candidato precisamente por su postura permisiva ante estas políticas. Ante la difícil situación en la que dos candidatos apoyen el mal intrínseco, el votante consciente puede tomar en consideración la integridad y los compromisos de cada candidato, y determinar cuál será el que menos promueva una posición tan dañina, y esté más dispuesto a apoyar otros bienes auténticamente humanos.

Al formar nuestras conciencias según los valores del Evangelio y las enseñanzas de Jesucristo, podemos llevar al público nuestro compromiso con el bien común. Los oficiales electos en Lansing no esperan menos de nosotros. Como católicos, se nos urge a votar, a participar en las conversaciones sobre asuntos políticos, a unirnos a los partidos políticos, a usar la internet para aprender más sobre los candidatos y sus posiciones. Más importante aún, todos nosotros, como ciudadanos fieles, estamos llamados a votar a la luz de la fe.

Oremos al Espíritu Santo por sabiduría y dirección mientras nos preparamos para elegir a nuestros líderes políticos este año.